A pesar de trazar una línea de hechos puntuales, me sigue pareciendo que la novela carece de motivaciones. Digo, la novela que escribo. Casi todos los actos me resultan gratuitos, me desenvuelvo más como titiritero que como creador. ¿Cómo sería posible, a través de qué palabras encadenadas, convertir cada escena, cada diálogo, en un episodio irreprochable, en un acontecimiento natural, que no se distinga de la vida misma? En este punto fracasa la novela. Tendría que enfocar la escritura en subsanar este defecto. Es el arte de la verosimilitud lo que tendría que alcanzar. La mímesis que detalló Aristóteles. Esta muy bien todo el juego experimental que proponen las vanguardias, pero el arte supremo, a mi juicio, el verdadero arte, consiste en crear un artefacto que nadie note, tan diáfano y creíble como esta mano que teclea. Nota: estudiar las grandes novelas, encontrar el mecanismo que las hace verosímiles. Como sea, nadie muere al final. Así termina.
Autor
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Nací en una ciudad infestada de chimeneas industriales. De esta circunstancia proviene mi rinitis, el asma. Mencionarlo viene al caso ya que, en cierto modo, esto definió mi vocación. Debido al bajo rendimiento en deportes opté por actividades físicamente reposadas. Así llegué a los libros. Luego a la escritura. Pronto comprendí que escribir, como el fútbol, exige aliento. Por eso, actualmente trabajo en poner las alergias de mi lado, consciente de la bondades de una prosa que sepa respirar. Soy la prueba viviente de la relación dramática que existe entre contaminación ambiental y literatura.
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